El pasado viernes 15 tuve el privilegio de asistir en Lisboa al concierto de 30 Seconds to Mars, un grupo estadounidense de rock alternativo liderado por Jared Leto (que algunos podréis conocer por su faceta de actor, recientemente en el papel del hermano de Nicholas Cage en El Señor de la Guerra). Y la verdad es que, siendo un grupo que nunca había llamado especialmente mi atención (las «echelon» son mi hermana y mi prima), el concierto fue sencillamente espectacular.
Tratándose de un grupo poco comercial y un tanto alternativo (de ahí que sean prácticamente desconocidos en España), cuentan con una cierta simbología y rasgos de identidad propios, así como con un grupo acérrimo de seguidores (los antes denominados «echelon»). Y aquel día pude ver toneladas de todo ello, con miles de personas entregadas de una manera casi ritual a la adoración de sus ídolos paganos. Y yo, converso reciente y ad hoc, rodeado de aquella excitadísima muchedumbre pude al poco descubrir el porqué de todo ello.
Música rock de nuevo cuño sin escatimar decibelios, una presentación espectacular, unas letras cantadas (más bien vociferadas) haciendo del screamo todo un arte… y unos artistas (en general) y un Jared Leto (en particular) que se salían por los cuatro costados. El vocalista se tiró sucesivamente al público (aparentemente indiferente a su integridad física -y sexual, que algunas fans daban auténtico miedo 😉 -) que lo alzó en vilo para seguir a lo suyo mientras daba manos y cantaba mirando a cada uno de ellos, agradeció con sentimiento y buenas palabras al público, llevó sobre los hombros la bandera portuguesa… en fin, supo ganarse a la concurrencia. Y este pobre hereje, converso a la fuerza acabó saltando, empujando, sudando, gritando y emocionándose como el que más. Y volverá a hacerlo sin dudar a la próxima ocasión, podéis darlo por seguro.
[ Jared Leto alzado en vilo por el público, interpretando The Kill. ]
Algunas canciones de su último disco, A Beatiful Lie: Attack, The Kill, From Yesterday, A Beautiful Lie, Battle of One.
Escrito por El Conde Jayán 
La Ciudadela del Conde 